La verdad sobre las cosas
Nadie puede juzgar a un gato. Porque la verdad es que no somos superiores a ellos.
No podemos juzgarnos entre nosotros, porque nadie es superior a otro.
Todos hablan del juicio como algo propio de la autoridad. De la superioridad. O de la divinidad.
Patrañas.
Una persona de clase baja, un gato e incluso un insecto es perfectamente capaz de juzgar a un líder, a un rico o a un comandante. La justicia no depende de nadie. Pero eso tampoco da derecho a cualquiera de hacerlo.
Lo importante en una sociedad gatuna ideal sería la educación del juicio moral. Algo complicado, sí, pero no imposible. Los gatos deben saber la diferencia entre lo bueno y lo malo.
Si tu ves a un gato arañando un mueble, puedes castigarle. ¿No? ¿Entonces por qué no puede castigarte si te ve llegar tarde y no darle de cenar? ¿No parece una injusticia?
Mi propósito es darle voz a quienes sólo pueden maullar. Entiendan. Todos tienen sentimientos. Pero los gatos son sensibles. Siempre lo han sido.
Un gato no vive salvaje hasta que lo adoptes. Un gato te busca. Te invade. Y aunque nunca te hayan gustado, o no quieras a ese gato, será tu mascota. Así funciona la vida.
No quieras explicar nada.
Por favor.

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