La espera.
No parece ser aquél abril cuando vi por primera vez a los ojos a un gato. Donde todos veían rareza, yo vi belleza. Donde todos veían algo común, yo vi algo extraordinario.
No se por donde empezar. Ni donde acabaré. ¿Es esto una obsesión por los gatos?
No.
Es la verdad. Es algo que yo sé. Los gatetes son únicos, y lo puedo demostrar. Sólo pon uno en tus manos, y lo sabrás. No es un instinto maternal, es algo más. No sientes ternura, sientes admiración. Son sublimes. Son casi sagrados. Son animales sabios.
Un gato tiene muchas facetas. Se mantiene con la de perezoso porque si se mueve, cambia el mundo. O no. No más.
Ha perdido su marco de acción. Se quedó rezagado ante los humanos. Los gatos ahora maullan toda la noche anhelando surgir de las tinieblas de la sociedad cruel para establecer su bondad pura y difundirla a todo el mundo. Pero ahí quedan. En la esquina de la casa. En la base de la pared. En las calles. En los albergues. En los coches y en ningún lugar...
Y es ahí, donde son felices.

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